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Nos cuesta un trabajo tremendo cortar este flujo permanente y descontrolado de pensamientos.

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La manifestación de la Consciencia es el “Ser Consciente” que se atribuye a Buda, o el “Yo Soy el que Soy” con el que Jehová responde a Moisés en el pasaje bíblico del Libro del Éxodo. En el plano de los seres humanos, está relacionada con la honda interiorización de lo que somos: una unidad energética y vibracional, integrada a su vez en la Unidad de cuanto existe, en la que confluyen de manera armoniosa y equilibrada una dimensión interior y espiritual (alma y espíritu) y otra exterior y material (cuerpo). La consciencia hace factible tal confluencia y plasma la adecuada conexión entre esas dos dimensiones.

Con esta base, cuando el nivel consciencial es bajo, la conexión falla: la persona está desconectada de su Ser profundo y carece de una dirección consciente. Ante esta ausencia del Yo interior en el timón, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional. Frente al Yo interior, creación divina y de esencia divinal, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.

En cambio, cuando la persona disfruta de consciencia, la conexión entre sus componentes trascendente y material está operativa; y el Yo Verdadero asume la dirección. El piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo-.

La mente, pues, está libre de “culpa” y somos nosotros los que debemos mirar hacia nuestro interior y elevar el grado de consciencia. Para lograrlo, un buen procedimiento consiste en poner en evidencia las ficciones mentales en las que las personas se introducen cuando el ego asume el mando y, a partir de ello, escudriñar en nuestra dimensión profunda.
Bajo el control del piloto automático, la vida cotidiana de muchísimos seres humanos discurre sumida en una serie de mentiras que afectan sensiblemente a su sentido del yo, a la consciencia acerca de sí mismos y a la percepción sobre cuestiones tan primigenias como lo que significa pensar o lo que es vivir el presente. Entre tales mentiras, sobresalen la media docena que se enunciarán de manera sintética a continuación. En ellas habéis creído hasta ahora. Y en ellas viven encarceladas la mayoría de las personas. Elaine, Nimue e Igraine serán las encargadas de contárnoslas.
-Solemos creer que es natural tener una voz en la cabeza que habla sin parar. Pero esto no es verdad; es la primera de las mentiras.

 

Cuando el ego está al mando, basta con que se reflexione o medite un momento para constatar que los pensamientos acuden a la mente sin previo aviso, de manera espontánea y sin autorización por nuestra parte, sin que intervenga nuestra voluntad. Parecen obedecer al dictado de algo o alguien ajeno a nosotros mismos, como si estuviéramos poseídos por una entidad extraña con sus propios deseos y prioridades.

Nos cuesta un trabajo tremendo cortar este flujo permanente y descontrolado de pensamientos.

También resulta difícil concentrarse en uno concreto, pues enseguida otros pugnan por entrar en escena. Y su autonomía llega al extremo de que ni siquiera podemos evitar aquéllos que nos desagradan; por más que nos fastidien, vuelven a aparecer cuando les viene en gana. Es más, los pensamientos han logrado tal poder que aceptamos su dominio como lo más normal del mundo. Cada uno de nosotros y la civilización y cultura vigentes, la visión imperante, estima lógico que no podamos poner coto a su ritmo incesante, centrarnos en uno específico o liberarnos de los que nos disgustan.

Pero es una gran mentira: no es un hecho consustancial tener en el interior de la cabeza una especie de voz que habla sin parar y con autonomía y criterio propios. Esto se produce cuando el referido piloto automático está encendido. Si elevamos nuestro grado de consciencia, el piloto se desactiva y el Yo verdadero toma la dirección, teniendo capacidad sobrada para controlar la mente, ya sea para acallarla o para concentrarla en un tema o asunto concreto, sin interferencias o injerencias de pensamientos no invitados. Cuando aumentamos el nivel consciencial, los pensamientos están a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellos-.
Cuando aumentamos el nivel consciencial, los pensamientos están a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellos-.
Tenemos un Yo profundo absolutamente ajeno a ese ego y a los pensamientos; y para el que éstos no son sino instrumentos para la acción en el mundo en el que vivimos-.

No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y potestades que pierden su esencia -se desnaturalizan- si son mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo convertimos mentalmente en “algo”, lo empaquetamos en un objeto mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una interpretación mental que nada tiene que ver con lo real-.
Una quietud que está presente, igualmente, en el movimiento, en la acción. Para el Yo verdadero, la quietud es movimiento y el movimiento es quietud.

La práctica del ahora, tan directa y sencilla, nos ayuda a elevar el grado de consciencia mucho más que cien libros o técnicas de meditación.
Cuando el nivel consciencial aumenta se establece la conexión entre la dimensión interior y exterior, espiritual y material, del ser humano. Y la mente, en su sabiduría, apaga el piloto automático del ego.

La toma de consciencia permite que el verdadero Yo tome la dirección consciente del ser humano y se transforme en lo que somos: el espacio en donde todo es-.

El pequeño «yo» se nutre de tiempo y desea tiempo para llegar a donde sea, incluso a Dios. Demasiados buscadores espirituales responden inconscientemente al mismo patrón y, en lugar de coger por los cuernos el toro del momento presente y vivir y ser de verdad en él, transitan por un laberinto de lecturas, escuelas, prácticas meditativas y experiencias esperando conseguir la iluminación en un futuro próximo.
Pero la consciencia del Yo soy y no oponerse a la vida no precisa de tiempo, pues sólo requiere el ahora. Tampoco de libros, ni conocimientos, ni estados meditativos. Nada de eso. Todo es simple e inmediato: Ser y existir, en paz con la vida; dejar de enjuiciar y etiquetar; aceptar lo que es; permanecer continuamente alineado con la forma del momento presente, un momento que es siempre el mismo, el ahora, aunque adopte formas diferentes. Desaparecen los pensamientos que antes surgían involuntariamente para juzgar y etiquetar cuanto nos rodeaba y ocurría, incluido a nosotros mismos. Fluye sin obstáculos la dimensión profunda de nuestro ser, abriéndose el espacio interior que permite al momento presente, incluida su forma y contenidos, ser lo que es. Siento íntimamente, no sólo mentalmente, el sí al ahora. Y percibo, lo que no tiene forma, el verdadero Yo, el atemporal, el que nada tiene que ver con la pequeña historia personal del falso yo cuando funcionábamos bajo la batuta del ego-.

-Al verdadero Yo lo siento como presencia. Es la consciencia pura de Ser, un estado que es alerta y, a su vez, espacio-, aseveró solemnemente mientras el ruido de las risas se disipaba. -Muchas personas, tras años de prácticas meditativas, no captan tal presencia porque buscan un objeto mental. Pero no es esto ni se le parece. Es “consciencia”: “alerta” y “espacio”. Nos percatamos de que somos el espacio para todo lo que sucede, para cada situación, sea de gozo o de dolor; constatamos que somos el espacio para el mundo exterior y traemos a él nuestra dimensión profunda.

-La “consciencia” se relaciona con “ser” y cuenta con dos esferas inseparablemente unidas: “consciencia de lo que se es” y “consciencia de lo que es”. En términos que se acaban de citar, la primera se refleja en estar “alerta”: sé y siento lo que soy (toma de consciencia de lo que se es). Y la segunda, con el “espacio”: sé y siento lo que es, sé que soy el espacio en el que surgen las formas del ahora (toma de consciencia de lo que es). “Yo soy el que soy” sintetiza de modo rotundo la consciencia de ser en su doble perspectiva: consciencia de lo que soy (consciencia de Ser), esto es, alerta; y consciencia de lo que es (consciencia de lo Real), es decir, mi ser como espacio en el que surgen las formas.

Vivir el presente, acallar la mente, buscar espacios de silencio y recogimiento interior, optar por un estilo de vida distinto del ritmo estresante que quiere imponer la sociedad actual, calibrar nuestras verdaderas necesidades y satisfacerlas con austeridad, compartir bienes, tiempo y experiencias con los demás, desarrollar hábitos de vida saludables que nos proporcionen energía y alegría o practicar técnicas como el ho´oponopono… ¡Son actos de Amor hacia uno mismo y hacia toda la Humanidad que coadyuvan a la transformación y expansión de la consciencia del género humano, la Madre Tierra y la Creación en su totalidad y Unidad!-.

Resumen de las Crónicas de Avalon de Emilio Carrillo